Salsa Colombiana: Ellos son de aquí

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“Muchos buscan el paraíso en otras partes, sin darse cuenta que viven en él”.
Liana Castello

La historia de nuestra música tropical es tan rica como la de Cuba. No exagero. La cantidad y calidad de artistas que de una u otra forma contribuyeron a que se escribieran páginas gloriosas de nuestro cancionero caribeño es tan amplia que se necesitaría un tratado completo para abordar su estudio en toda su extensión. El texto literario “Sin clave y bongó no hay son”, del escritor e investigador paisa Fabio Betancur Álvarez, da cuenta de las confluencias musicales entre Colombia y la isla de Fidel, interesantes intercambios culturales que pocos conocen y que vale la pena repasar para empezar a conocer y reconocer la importancia que ha representado el folclore nacional en el desarrollo histórico de la música cubana y de otras latitudes como Perú y México.

Como amantes de la salsa, muchas veces ignoramos la importancia que representaron bandas legendarias como las de Lucho Bermúdez y Pacho Galán, entre muchas otras, desconociendo que dichas agrupaciones hicieron parte del desarrollo mismo del movimiento salsero del país. Y no sólo me refiero a ignorancia de “no tener conocimiento”, sino de ignorancia mezquina, esa que se demuestra con actitudes soberbias, de mirar por encima del hombro los acetatos y CD nacionales, de fruncir el ceño y hacer muecas de desprecio cuando suena algo criollo, de desvalorizar lo que por el contrario debería ser lo más importante en la escala de créditos musicales.

Lo peor del asunto es que no se trata de algo nuevo sino de una lastimosa constante que he podido percibir en los distintos encuentros de melómanos y coleccionistas a los que he tenido la oportunidad de asistir, como participante o espectador. Se le da mucha más importancia a la salsa de afuera como si la nuestra no valiera o no mereciera ser rescatada en estos espacios. Se muestran como invaluables tesoros y se exhiben con arrogante orgullo las pastas gringas, cubanas, puertorriqueñas, mexicanas, y se miran con absoluta indiferencia nuestras producciones que nada tienen que envidiar a las foráneas.

¿Por qué esto? ¿Qué está pasando?
Quiero aclarar que no estoy sugiriendo un debate respecto a los gustos personales, los cuales son sagrados y respetables. No estoy diciendo que sea reprochable el hecho de que a alguien le guste más el sonido neoyorquino o el mambo cubano que la salsa producida por discos Fuentes en los años 70. La cuestión no es la preferencia sino la actitud de prevención contra lo local. Uno puede no gustar de algo pero no por ello considerarlo de mala o inferior calidad a lo que le apasiona. Este es el punto.

Alguna vez alguien me dijo “no, es que no es lo mismo”, refiriéndose a que no había punto de comparación entre la salsa boricua y la colombiana. Y parcialmente es cierto. No se pueden comparar porque sencillamente la salsa colombiana tiene identidad propia, no pretende parecerse a la de afuera, tiene su sello distintivo, es auténtica, emplea elementos exclusivos de nuestro folclore, y también es de excelente factura. ¿Que hubo malas producciones? Claro que sí, también se hicieron cosas mediocres y de paupérrima calidad, al igual que ha sucedido en los considerados fortines de la salsa brava. Es obvio que no todo puede ser bueno pues ni los grandes genios se han escapado de producir álbumes poco afortunados. Así como Fruko, Niche y Guayacán vieron decrecer su nivel artístico a partir de los 80 y 90, lo propio lo experimentaron artistas Fania, Tommy Olivencia, Bobby Valentín, Óscar D’ León y el Gran Combo, para mencionar sólo algunos de los más representativos. Se trata es de rescatar lo brillante, lo relevante, esos artistas y grabaciones que marcaron diferencia, que se convirtieron en hitos de nuestra historia musical y que en su mayoría son desconocidas debido a su poca difusión y porque los comerciantes de vinilos las venden exclusivamente a extranjeros por sumas escandalosas que rayan en el absurdo, sin reparar en que están dejando en “peligro de extinción” algunos títulos que anteriormente se conseguían con relativa facilidad en el territorio nacional.

A este ritmo, llegará el momento en que la consecución de dichas piezas de colección se limitará al mercado mexicano, americano, español o francés. Preocupante panorama.

Con lo anterior no estoy invitando a que ignoremos la salsa extranjera. No faltaba más. Me considero un buen melómano y también admiro muchísimo la salsa de nuestros vecinos continentales. Así como soy un apasionado de la salsa colombiana, también me gozo el sonido agresivo de los trombones de la gran manzana, el exquisito placer que producen las flautas y violines cubanos, la calidad del guaguancó boricua, la belleza del bolero caribeño, la majestuosidad del jazz latino, el ritmo desenfrenado del mambo “manito”, el embrujo del danzón, la cadencia de la plena y la bomba… al fin y al cabo pertenecen a un mismo todo que debe ser apreciado, estudiado y disfrutado en su conjunto.

No es una competencia, amigos míos, simplemente se trata de empezar a generar conciencia sobre la necesidad de valorar lo nuestro, a los artistas de antaño que hicieron posible que Colombia entrara a pisar fuerte en el concierto latino del género caribeño, incluso hasta llegar a ser considerada potencia mundial de la salsa, y a los de ahora, que siguen apostándole a un ritmo que aunque continúa teniendo aceptación masiva, ya no es tan lucrativo como en sus épocas doradas, razón de más para apoyarlos.

No debemos olvidar que las dos canciones de salsa más sonadas en el planeta fueron creaciones de dos orquestas colombianas: El Preso, de Fruko y sus Tesos (El grande, 1975) y Cali Pachanguero, del Grupo Niche (No hay quinto malo, 1984). Números que se convirtieron en símbolos de nuestra salsa y que casi 40 y 30 años después, respectivamente, se siguen vendiendo, programando en emisoras, animando verbenas y alborotando al bailador. Algo que sólo logran los grandes.

Vi la necesidad de escribir sobre este fenómeno porque es realmente extraño que Colombia, siendo dueña de una inmensa riqueza en producción salsera, al mismo tiempo su legado cultural sea tan poco apreciado por sus coterráneos. Algo que jamás se verá en Puerto Rico, Venezuela, incluso en Perú o Ecuador (donde hubo menos producción musical), quienes viven orgullosos de sus artistas y creaciones, las comparten, las difunden y expresan a viva voz y con admirable altivez: “esto es nuestro”.

Y es que la historia de la salsa y música tropical criolla se da el lujo de contar con un ilimitado cartel de artistas de todos estilos, sonidos, y para todos los gustos, que no existe justificación alguna para no conocerlos y disfrutarlos. Costeños, antioqueños, vallecaucanos, chocoanos o bogotanos, en formato de charanga, sexteto, conjunto, sonora o big band, interpretando guaracha, pachanga, mambo, guaguancó, montuno o bolero, nuestra música es tan diversa como la misma salsa. Reconocidos nombres como los de Jairo Varela, Alexis Lozano y Julio Ernesto Estrada hacen parte del mismo universo criollo (muchos de ellos ilustres desconocidos) de extraordinaria talla artística, al que pertenecen bandas como el Sexteto y Conjunto Miramar, el Combo Los Yogas, Pantera, Clodomiro Montes, Clímaco Sarmiento y su hijo “Michi”, Roberto de la Barrera, Los Corraleros de Majagual, Tito Cortés, La Sonora Dinamita, Los Afroins, Pete Vicentini, Jackie Carazo, Freddy Cruz, Joe Madrid, Willie Salcedo, Juan Piña, Aníbal Velásquez, Lalo Orozco, Pedro Laza, Manuel Cervantes, La Protesta, Los Supremos, El Gran Grupo, El Súper Combo Los Diamantes, la Sonora Moderna de René de la Rosa, Julian y su Combo, Los 5 de Oro, Lisandro Meza; posteriormente, las bandas creadas y dirigidas por el maestro Fruko (Los Tesos, The Latin Brothers, Afrosound), Píper Pimienta, Joe Arroyo, el grupo Niche, Guayacán Orquesta, Grupo Raíces, Grupo Clase, Grupo Star, Los Titanes, La Gran Banda Caleña, Alberto Barros, Los Niches, Cali Charanga, Edy Martínez, Súper Orquesta Café, La Misma Gente, Los del Caney, Los Bunkers, Álvaro del Castillo, Hermes Manyoma y la Ley, La Suprema Corte; y más recientemente, El Grupo Galé, Son de Cali, Yuri Buenaventura y esa refrescante ola de noveles bandas compuestas por jóvenes talentosos que de manera sorpresiva llegaron para quedarse en el corazón y gusto de los amantes del ritmo: La 33, Conmoción Orquesta, Calambuco, Sexteto Latino Moderno, Toño Barrio, Clandeskina, La Real Charanga, Kongas, La República…

No son todos los que están ni están todos los que son, pero esta listado concentra lo más importante y representativo de nuestra salsa a lo largo de su historia. Muchas de las bandas de la primera generación, grabaron covers de clásicos de la música cubana o de éxitos de agrupaciones puertorriqueñas, algunas de las cuales son consideradas mejores a las originales. Hablando a título personal, prefiero escuchar la versión de “Mírame San Miguel” de Michi Sarmiento a la hecha por Brooklyn Sounds, así como su propuesta del “Negro & Ray”, de Ray Barretto. Los Corraleros de Majagual realizaron un cover de la canción de Louie Ramírez “Don Maceo“, bajo el título “Don Eliseo”, con unos arreglos y solos extraordinarios que nada tienen que envidiarle a la del legendario vibrafonista neoyorquino. Escúchenlos y concluyan. Y por el estilo hay cientos de ejemplos que vale la pena conocer.

Aprovecho para hacer una respetuosa invitación a los melómanos para que profundicen en nuestros artistas, adquieran más material fonográfico y compartan sus producciones. A los organizadores de los encuentros de coleccionistas: ¿cuándo fue la última vez que hicieron una audición cuya temática girara alrededor de la salsa colombiana? A los coleccionistas: ¿cuándo fue la última vez que presentaron un vinilo nacional?

Es hora de que volteemos las miradas hacia acá.

La salsa colombiana, como lo dijo Omar Antonio, debe ser la primera, porque ellos “Son de Aquí”.

Grupo Amigos Impulsores de la Salsa (Amisalsa San Martin)