Un milagro llamado Buenavista

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Existen muchos artistas en el ámbito de la música caribeña que por diversas circunstancias de la vida no han recibido el reconocimiento que merecen por parte del público latino. Ejemplo palpable, es la cantidad de grandes músicos cubanos que han fallecido prácticamente en el anonimato, abandonados no solo por su gente sino también por su propio gobierno.

Es lamentable que algunas veces, la única forma de obtener información sobre aquellas glorias de la música cubana y puertorriqueña de antaño, sea a través de escuetos comunicados en los noticieros, anunciando la muerte de alguno de ellos, o en los periódicos, donde publican una corta reseña sobre su vida y obra.

Por eso me parece sencillamente admirable el trabajo que hizo el músico norteamericano Ry Cooder, cuando literalmente rescató de las penumbras del olvido y la pobreza a verdaderas leyendas vivas (en ese entonces) como Compay Segundo, Rubén González, Ibrahim Ferrer, Pio Leiva y Omara Portuondo.

Ese ambicioso proyecto, que se cristalizó gracias a la asesoría de Juan de Marcos González, puede ser fácilmente una de las más grandes producciones de música cubana en las décadas recientes. Pese a que se notaba el rigor de los años y las dolencias físicas en la mayoría de ellos, el álbum “Buenavista Social Club” se convirtió, sin mucho esfuerzo, en un éxito sin precedentes en ventas, se adjudicó el Grammy en 1998 y adquirió el matiz de clásico instantáneo.

Pero indudablemente, lo más valioso del álbum fue que se convirtió en un tremendo golpe anímico para estos hombres que se hallaban en el otoño de sus existencias. El hecho de regresar a los estudios de grabación, de recibir el cariño y reconocimiento de su gente, de producir haciendo lo que amaban y sabían hacer, de sentirse importantes y valorados, atenuó en gran medida algunas de las dolencias que los aquejaban. De hecho, en la película del mismo título, Rubén González comenta que volver a tocar el piano se convirtió como en una especie de terapia milagrosa que le sanó los dolores que le producía la artritis. Definitivamente no existe medicina más efectiva que la motivación.

Para entender en toda su extensión lo majestuoso y grandioso de la grabación, se hace necesario ver la película. El director de cine alemán Win Wenders, logró plasmar en un sencillo pero poderoso documental de 102 minutos, una corta semblanza de los principales integrantes de la banda, en donde los mismos protagonistas hablan de sus primeros años de vida, evocan sus inicios con los grandes de la música cubana, y los acompañan en su periplo de la Habana hasta Amsterdam y Nueva York, en donde hacen una inolvidable presentación en el Carnegie Hall, ante un público que los ovacionó hasta el cansancio.

Al igual que el álbum, el film fue un éxito total: fue nominado al premio Óscar de la Academia en la categoría de mejor documental y ganó premios internacionales como el Festival Internacional de Cine de Seattle (1999), Premio Círculo de Críticos de Cine de New York (1999), Premios de la Asociación de Críticos de Cine de Los Ángeles (1999), Premios Bogey, Alemania (1999), Broadcast Film Critics Association Awards (2000), Premio Círculo de Críticos de Cine de Florida (2000), Premios de Cine Alemán (2000), Golden Camera, Alemania (2000), Festival Internacional de Cine de Noruega (2000), Online Film Critics Society Awards (2000) y Cinema Brazil Grand Prize (2001), en las categorías de mejor documental, mejor película nacional y mejor película extranjera.

Pero los éxitos no pararían ahí. Posterior a Buenavista Social Club, la productora World Circuit, el mismo Ry Cooder y Nick Gold continuaron apostándole a la grandeza de estos abuelos pachangueros. Entonces empezaron a salir a luz, producciones memorables como Buena Vista Social Club presenta a Ibrahim Ferrer (1999), Sublime ilusión, de Eliades Ochoa (1999), Chanchullo, de Rubén González (2000), Buenavista Social Club presenta a Omara Portuondo (2000), Orlando “Cachaito” López (2001), Flor de amor, de Omara Portuondo (2004), y Buenavista Social Club presenta a Manuel “Guajiro” Mirabal (2005), entre otros. Uno a uno, se convirtieron en valiosas piezas de colección que no pueden faltar en los estantes de un buen melómano.

Lastimosamente, la banda se fue “desintegrando” poco a poco por el fallecimiento de sus más insignes representantes. Y digo desintegrando, porque si bien la orquesta aun existe, definitivamente no tiene la magia de la de 1997. Una Buenavista sin Compay Segundo (14 de julio de 2003), Ibrahim Ferrer (6 de agosto de 2005), “Puntillita” Licea (4 de diciembre de 2000), Rubén González (8 de diciembre de 2003), Pío Leyva (22 de marzo de 2006) ni “Cachaíto” López (9 de febrero de 2009), es como la selección Colombia sin Falcao, Teo, James, Guarín ni Cuadrado. No es lo mismo ni es igual.

Sin embargo, me parece maravilloso que Ry Cooder y Juan de Marcos González continúen sosteniendo a la banda, reemplazando a los que se han ido, por otras figuras legendarias de Cuba, para que la misión principal del proyecto se siga cumpliendo. Personalmente, el sonido de la banda me cautivó desde la primera vez que la escuché. Imposible no fascinarse con la versión de Chan Chan, con la voz de un nonagenario Francisco Repilado reforzada con la de Eliades Ochoa, la guitarra eléctrica de Ry, el tambor udu de su hijo Joachim, el piano de Rubén y el contrabajo de Cachaíto. Era toda una “All Stars” cubana. O con ese Veinte años de Omara y Compay. O con el rumberísimo Candela, con Ibrahim (un Nat King Cole caribeño, como lo definió Cooder) y Pío botándola toda, como en sus épocas mozas, irradiando vitalidad, sabor y sobre todo, el buen humor que siempre lo caracterizó.


Compay Segundo y Omara Portuondo – Veinte Años

Me apasioné tanto con la producción que inmediatamente después compré la película en VHS, y posteriormente en DVD. No perdí la inversión del VHS porque en este formato la película venía subtitulada, mientras que curiosamente el DVD no. Por fortuna, había visto la película tantas veces que terminé memorizado los diálogos en inglés de Ry Cooder.

Celebro que el gran público latino – y mundial – haya tenido la oportunidad de conocerlos, disfrutar de su calidez humana y del inmenso talento que conservaban intacto, a pesar de los 70, 80 y 90 años de vida que la mayoría de ellos llevaba encima. Una longevidad mágica, en donde el transcurrir del tiempo afianzaba aun más el virtuosismo con que nacieron.

Porque Buenavista Social Club, más que un regalo para quienes amamos la música caribeña, fue un milagro inesperado.